Estar solo por el resto de su vida podría aumentar el riesgo de desarrollar
demencia en un 42%, en comparación con las personas casadas.
(The Independent)
Me importa un comino lo que dicen esas personas siempre tristes, derrotadas por el clima en la lucha por las endorfinas, no creo en sus camas sin hacer según los estándares europeos.
Aquí, en el centro de una ciudad bien posicionada, el amor desciende despacio, con precaución, como un escalador cuyas nalgas, apretadas firmemente en las correas, le aseguran que nada malo puede suceder.
Aquí, a las orillas de un río donde flotan los patos más nobles y los desechos del siglo XXI, la luz es una disfunción táctil que nos impide sentir el peligro. Porque somos más nocturnos que diurnos, más horizontales que verticales, más alucinaciones lúcidas del verano que un sueño reparador de anestésicos.
Aquí tenemos la crueldad de alentar a las personas en el lecho de muerte, aquí la impotencia ocurre a través de nosotros como en el camino Transfagarasan, aunque estamos al día con los PPT-s y el cerebro currado en salas de lectura y conferencias intergalácticas.
Mira, este polvo plateado que se extiende alrededor de tu boca en la servilleta arrugada con la que limpias el cuerpo de una hermosa mariposa nocturna.
Aquí las azafatas con senos desmontables te enseñarán los gestos de supervivencia, pero si no te apañas, no pasa nada, el algodón de tu ropa será un buen fertilizante para las tierras de Nicaragua. Aquí nunca extrañarás tu hogar, comprenderás la estupidez de esta falsa intuición etimológica. Piense en el alma como en una pequeña estufa en la que se esterilizan los instrumentos más infectados. Aquí, en nuestra tierra, puede estar solo por el resto de tu vida.